Sándor Márai fue, por cierto, uno de los primeros en reconocer la importancia de Franz Kafka fuera de su ámbito lingüístico y ya en 1922 tradujo al húngaro sus mejores relatos. Cuando Kafka se enteró de ello, enseguida protestó por carta a su editor Kurt Wolff y le señaló que tenía reservada la traducción de sus obras al húngaro a su conocido y amigo Robert Klopstock. Este tal Robert Klopstock era un aficionado a la literatura de origen húngaro que, de hecho, ejercía la profesión de médico y cuyo nombre aparece más tarde en los círculos literarios de los alemanes emigrados a Estados Unidos. La historia es como si el Kafka de carne y hueso de pronto se hubiera pasado al mundo ficticio de alguno de sus relatos. Para que se entienda: es como si yo, al enterarme de que Thomas Mann acaba de traducir uno de mis libros al alemán, comunicara a mi editor que confío más en mi médico de cabecera, el cual chapurrea un poco en alemán.
IMRE KERTÉSZ, fragmento del artículo Patria, hogar, país, incluido en Un instante de silencio en el paredón, Herder Editorial, 1999, traducción de Adan Kovacsics.