Goncharov lanza el infundio de que Flaubert se inspiró en Turgueniev para construir el personaje de Emma Bovary


Durante los veinte años posteriores Goncharov se convirtió en una nulidad, se sumergió en la demencia, una locura mansa, silenciosa, salvo cuando alguien mencionaba a Turgueniev, o por alguna razón lograba recordarlo. Entonces revivía el antiguo odio cerval. Salía a las calles, y en las plazas, los cafés, dondequiera encontrara gente para gritar que el ruso afrancesado e invertido le había plagiado las mejores páginas de sus obras; afirmaba que cuando escribía sus novelas Turgueniev le pidió varias veces enviarle a Francia sus manuscritos para darle después su opinión, y que cuando se los devolvía los mejores capítulos habían desaparecido. Más tarde, al leer cada nueva novela de Turgueniev les contaba a sus escritores amigos franceses, sobre todo a Flaubert y Maupassant, los temas que él, Goncharov, iba a tratar en sus próximas novelas. No podía ya escribirlas, insistía, porque los lectores rusos que hubiesen leído La educación sentimental de Flaubert o algunos cuentos de Maupassant, pensarían que él sería el plagiador, y podían llevarlo hasta los tribunales. En una ocasión organizó un juicio de escritores y críticos para que decidieran quién era más original, Turgueniev o él. Ya al final, cuando durante temporadas enteras apenas pronunciaba uno que otro monosílabo, volvía a hablar y a hacerlo con brío, ante sus visitantes, sobre la bisexualidad de Turgueniev, un rumor común en los círculos en que se movía el escritor, y declaraba que él estaba seguro, se lo había confiado una institutriz francesa muchos años atrás, que el modelo que usó Flaubert para crear a Emma Bovary era Turgueniev; que tenía pruebas contundentes, que presentaría algún día. Todo era grotesco y patético. Goncharov murió sin saber que su Oblómov llegaría a ser uno de los más grandes clásicos de la literatura rusa.


SERGIO PITOL, fragmento de Goncharov, recogido en La casa de la tribu, Fondo de Cultura Económica de España, 2006, Madrid, págs. 54 y 55.