Los editores dejan de pagar a tanto por línea a causa de las trampas de algunos escritores


Los autores aprendieron los trucos del oficio, es decir, a “despejar” el texto usando un gran número de párrafos y capítulos cortos y a rellenar de este modo muchas páginas, prolongando, además, las conversaciones. En la década de 1840, Alexandre Dumas se comprometió a escribir para el Siècle cien mil líneas al año a un franco y medio cada una –lo que significa que podía haber ganado más de ciento cincuenta mil francos anuales, una fortuna–. Algunas de sus líneas eran notablemente breves, hasta el punto de que los diálogos de Dumas se hicieron susceptibles de parodia, cosa que no dejaron de hacer sus contemporáneos:

–¿Le has visto?
–¿A quién?
–A él.
–¿Quién es él?
–Dumas.
–¿Dumas padre?
–Sí.
–¡Qué hombre!
–¡Ya lo creo!
–¡Y qué ardor!
–¡Desde luego!
–Y qué prolífico...

La astucia no podía durar mucho, y así fue. Los editores comenzaron a pagarle por palabras.


DONALD SASSOON, Cultura. El patrimonio común de los europeos, Crítica, Barcelona, 2006, traducción de Beatriz Eguibar, Ferran Esteve, Tomás Fernández Aúz y Antonio-Prometeo Moya, págs. 468 y 469.