Las invenciones de Baudelaire


Baudelaire también contaba entre sus amigos que tenía amores con una terrible jorobada y que no había emoción como aquella, hablando también de enanas a las que había amado y que no tenían ni 72 centímetros, así como también poseyó alguna giganta, perdiendo a las enanas por la gastritis y a la giganta por la tuberculosis. “¡No se puede tener todo en este mundo!”, era la frase con que acababa su relato, poniéndose muy triste.

En una ocasión, Baudelaire entró en casa de Du Camp con el cabello teñido de verde. “¿No encuentra usted nada raro en mí”, le preguntó el poeta. “No”, le contestó Du Camp, no queriendo asombrarse. “¿No? Pues fíjese que tengo los cabellos verdes, y eso no es muy corriente”, replicó Baudelaire. Du Camp le dijo con indiferencia: “¡Bah! Todo el mundo tiene los cabellos más o menos verdes… Si los suyos fuesen azul celeste, me sorprendería… ¡Pero cabellos verdes se ven muchos en París, bajo toda clase de sombreros!”. Baudelaire, furioso, se despidió de Du Camp, y a un amigo que se encontró en la escalera le dijo que no subiese, que “Du Camp estaba de un humor de perros”.

Muchas historias macabras inventó en su vida. León Cladel cuenta su afición a estas historias y cómo durante horas y horas se burlaba de sus auditores hablando de la cuadratura del círculo, la perversidad de los cometas, la atracción de las almas, el movimiento continuo, la transmutación de los metales, la bondad del demonio. Hacía preguntas fantásticas a sus oyentes: “¿Ha pensado usted en la influencia fatal de la cocina sobre el genio del hombre?” “¿Sabe usted bastante sobre la conformación física de los santos?” Hablaba de artes culinarias y farmacéuticas, del pollo y el hachisch, del gato con azafrán o de la pata de carnero con opio. Pero cuando decía: “¡Vamos a divertirnos un rato!”, era cuando lo siniestro iba a hacer llorar.


RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, El desgarrado Baudelaire, Efigies, Aguilar, Madrid, 1988, págs. 56 y 57.