De lo bruto que podía ser Wallace Stevens en cuestiones diferentes a la poesía


Mi suegro [el difunto Ivan Daugherty, que trabajó con Stevens como abogado de fianzas durante veinticinco años] me dijo una vez que no era amigo de Stevens porque éste no tenía amigos, pero se consideraba un íntimo: era tan cercano a él como Stevens lo era a cualquiera, y creo que disfrutaba bastante con eso. Stevens se confesaba con mi suegro. Una vez, Stevens y su esposa tuvieron una terrible pelea. Ella estaba tan enojada que le arrojó algo. Stevens llegó al trabajo y me dijo: "Doc, no entiendo a las mujeres. No sé qué hacer. ¿Qué cree que debería hacer?". Mi suegro le dijo: "¿Por qué no se va a casa, deja el maletín, la abraza y le dice que la ama? Cómprele un ramo de rosas y envíeselo". "¿Para qué demonios?", dijo Stevens. Se quedó perplejo, pero al final dijo: "Está bien, lo haré". Al día siguiente llegó al trabajo y dijo: "Caramba, no lo entiendo, pero funcionó". Esa historia se me quedó grabada porque recuerdo que en ese momento pensé: "Aquí tenemos a este hombre tremendamente sensible al que la idea de mostrarle a su esposa un poco de aprecio o afecto le resulta extraña. Caramba, ¿cómo es que funcionó? ¿Cómo es que ella estaba feliz por esas flores?"


LILIAN DAUGHERTY, recogido por Peter Brazeau en Parts of a world: Wallace Stevens remembered, recogido a su vez en The New Oxford Book of Literary Anecdotes, edición de John Gross, Oxford University Press, 2006, pág. 236, traducción de Mary Crónica.