Sylvia Plath no ansiaba el suicidio, dice el traductor al español de su poesía completa


No quiero decir que debamos mostrarnos "comprensivos" o "misericordiosos" con "la histérica", "la neurótica" o -sin más- "la loca" de Plath. Al contrario: este libro desmiente, cuando menos a mis ojos, todas las patrañas que se han venido vertiendo sobre su cadáver. Son muchas, y aún colean, pero hay dos que me irritan especialmente. Una, la que puso en circulación el crítico A. Álvarez al poco de morir su "amiga": Sylvia Plath era una poeta abocada al suicidio desde la muerte de su padre (la dichosa "Boca de sombra" a la que todos dan de comer). Falso. A diferencia de, por ejemplo, Alejandra Pizarnik -que sí se entregó, creo yo, a un cierto culto funesto- Plath fue una tremenda luchadora que, por encima de todo, ansiaba ser feliz: amando, trabajando, criando a sus hijos y colaborando, en la medida de sus posibilidades, a transformar la sociedad. Una persona que, consciente del trauma que pesaba sobre ella, así como de la ira, del bloqueo, de las diversas pulsiones enfrentadas que aquella fractura de la infancia seguía generando en su interior, hizo y escribió cuanto pudo para salir adelante. Y, salvo en dos ocasiones, siempre con éxito, tal y como lo demuestra su brillantísima trayectoria profesional. Pero ese "invierno terrible" del que habla Rilke en los Sonetos a Orfeo; aquel álgido y caótico invierno de 1962-63, henchido de vacío y de desamor, pudo más que ella, al final.


XOÁN ABELEIRA, en la introducción a Sylvia Plath, Poesía completa, Bartleby Editores, Madrid, 2008, págs. 21 y 22