Rimbaud propone quemar el Louvre y la Bibliothèque Nationale para aniquilar la cultura francesa


Su reputación empezaba a consolidarse. Con una infalible falta de tacto, se presentaba como una combinación de las dos figuras más repulsivas que se conocían en la Francia de los años setenta del siglo XIX: el homosexual y el anarquista. Desde el punto de vista político, se situaba ahora tan a la izquierda que se rebelaba incluso contra la Comuna. Le reprochaba su vergonzosa actitud de reserva: al no prender fuego a la Bibliothèque Nationale y al Louvre, había cometido la estupidez de no aniquilar la cultura francesa. En su opinión (expresada por el confuso y remilgado Delahaye), "la acción revolucionaria verdaderamente eficaz y definitiva habría consistido en quitarle de una vez por todas a la humanidad aquello que constituye su motivo de orgullo más preciado y pernicioso". Rimbaud parece referirse al pene: el único remedio realmente eficaz para el capitalismo burgués era una castración completa.

Como si quisiera indicarle al género humano qué camino debía tomar, Rimbaud alardeaba públicamente de sus relaciones homosexuales. Un día el poeta Maurice Rollinat lo vio entrar en un café. Apoyó la cabeza sobre la superficie de mármol de la mesa y empezó a contarle en voz alta sus últimas actividades. "Estoy completamente molido. X... se ha pasado toda la noche follándome y ahora no puedo contenerme la mierda." (Puede que esto no fuera verdad, aunque es médicamente posible.)

El novelista Alphonse Daudet oyó por casualidad unas revelaciones de la misma naturaleza. Rimbaud estaba quejándose de Verlaine: "Conmigo puede disfrutar cuanto quiera. Pero pretende que yo también me lo haga con él. ¡Por nada del mundo! Además tiene una piel horrible".


GRAHAM ROBB, Rimbaud, Tusquets, Barcelona, 2001, pág. 156, traducción de Daniel Aguirre Oteiza