¿El tal Cortázar existe?


El regreso a París le reserva dos hitos en el horizonte: la cercana visita de su madre y la inminente publicación de Rayuela. En relación a lo segundo, Julio no va a renunciar a sus costumbres. Cada vez que aparece una obra suya se las arregla para alejarse de la ciudad o para prescindir olímpicamente de la campaña de promoción. Tímido por naturaleza y dotado de un extraño sentido del ridículo, no concede entrevistas y no acude a esas ceremonias editoriales donde el autor de turno se presenta ante lo que él llama “los corredores de venta”. Dado que no necesita la literatura para vivir, puede permitirse el lujo de no hacer el rendez-vous a grandes como Fayard o Gallimard. Para gentes tan chauvinistas como los franceses esta actitud no se perdona, y menos si viene de un extranjero. Pero él no sirve para este circo lleno de figurines serviles y untuosos que se mueren por un pedazo de pastel. Esta posición contribuye a alimentar la leyenda. En uno de los cócteles de Gallimard una dama le preguntó a una amiga suya: “Mais alors, ce Cortázar, ça existe?” (Pero entonces ¿el tal Cortázar existe?) 


MIGUEL DALMAU, Julio Cortázar, el cronopio fugitivo, Edhasa, Barcelona, 2015