Mientras tanto, el poeta permanecía insensible a todo, pendiente de Zenobia, quien, al límite de sus fuerzas, falleció el 28 de octubre a las cuatro de la tarde. El cáncer se había extendido en una metástasis generalizada, según constó en el certificado de defunción. Juan Ramón, ensimismado, parecía no querer darse cuenta de lo sucedido. El doctor Batlle le informa de que su esposa ha muerto; entonces Juan Ramón, estremecido, se levanta de la cama, llega hasta la de Zenobia, se arrodilla ante ella, y, acariciándola, con la cabeza sobre la mano izquierda de su mujer, empieza a decir, en un murmullo que en un crescendo llega hasta el grito: "No, no, no es verdad. Zenobia tú no estás muerta. No, tú eres inmortal". A continuación, se vuelve a los presentes y les dice, desesperadamente: "Denme una píldora, un revólver. Tengan dolor de mí. Quiero morirme. Tengo que irme con ella. Se lo prometí". Cuando pareció tranquilizarse quisieron sacarlo de la habitación, y entonces gritó: "Dios no existe: ¡Zenobia, Zenobia..., Zenobia!". Juan Ramón no quería aceptar los hechos, y durante cerca de una hora permaneció sentado frente al cuerpo de su esposa, sin permitir que lo sacaran de la habitación ni que cubrieran su rostro, repitiendo como un autómata "Ella no está muerta". Al fin se la llevaron en una camilla, y el poeta pidió que lo dejaran solo.
RAFAEL ALARCÓN SIERRA, Juan Ramón Jiménez. Pasión perfecta, Espasa, Madrid, 2003