Victor Hugo escribe en "Los Miserables" la frase más larga de la historia de la literatura, de 823 palabras


NOTA DE LA ADMINISTRACIÓN
: El récord ya fue batido muchas veces por otros autores, pero sigue quedando en la leyenda de la literatura. La descripción que adjunto a continuación de Luis Felipe de Orleans, situada en la cuarta sección de Los Miserables, no cuenta con las 823 palabras del original, sino con las 818 de la traducción al español de Andrés Ruiz Merino y Elena Sandoval:
Hijo de un padre al que la historia concederá ciertamente circunstancias atenuantes, pero digno de estima tanto como su padre lo había sido de reproche; dechado de todas las virtudes privadas y algunas públicas; cuidadoso de su salud, de su fortuna, de su persona, de sus negocios; conocedor del valor de un minuto y no siempre del de un año; sobrio, sereno, apacible, paciente; buen hombre y buen príncipe; fiel a su mujer, y que tenía en su palacio lacayos encargados de mostrar el lecho conyugal a los ciudadanos, ostentación de una fidelidad de alcoba útil tras los alardes ilegítimos de la rama principal; conocedor de todas las lenguas de Europa y, lo que es más excepcional, conocía y hablaba los lenguajes de todos los intereses; admirable representante de «la clase media», pero siempre por delante y más grande que ella en todo; inteligente para medirse sobre todo por su valor intrínseco sin dejar de valorar la sangre de la que procedía y, en lo referente a su propia estirpe, para declararse Orleans y no Borbón; príncipe primerísimo de su sangre mientras sólo era alteza serenísima, pero burgués cabal el día en que se convirtió en majestad; prolijo en público, conciso en la intimidad; avaro señalado, pero no demostrado; administrador fácilmente pródigo con sus fantasías o sus deberes; letrado, y poco sensible a las letras; gentilhombre, pero no caballero; simple, tranquilo y fuerte; adorado por su familia y por su casa; de conversación seductora; hombre de Estado desengañado, interiormente frío, dominado por el interés inmediato, que gobernaba siempre en el corto plazo, incapaz de rencor ni de reconocimiento, que usaba sin piedad las superioridades frente a las mediocridades y hábil para privar de razón por medio de las mayorías parlamentarias a las unanimidades misteriosas que braman sordamente bajo los tronos; expansivo, a veces imprudente en su expansión, pero dotado de una maravillosa destreza para manejar esa imprudencia; fértil en recursos extremos, en apariencias, en máscaras; inductor en Francia del miedo a Europa, y en Europa del miedo a Francia; amante indiscutible de su país, pero que prefería a su familia; más amigo de la dominación que de la autoridad y más de ésta que de la dignidad, tendencia nefasta, pues cifrándolo todo en el éxito, admite el ardid y no repudia del todo la bajeza, aunque tiene la ventaja de preservar de los choques violentos a la política, de las fracturas al Estado y de las catástrofes a la sociedad; minucioso, correcto, vigilante, atento, sagaz, infatigable, contradiciéndose a veces y desmintiéndose después; audaz contra Austria en Ancona, tenaz contra Inglaterra en España, que bombardeaba Amberes y pagaba a Pritchard; intérprete convencido de la Marsellesa; inaccesible al desaliento, al abatimiento, a la pasión de lo bello y de lo ideal, a las generosidades temerarias, a la utopía, a la quimera, a la cólera, a la vanidad, al temor; poseedor de todas la formas de la intrepidez personal; general en Valmy, soldado en Jemmapes; ocho veces objeto de regicidio, y siempre sonriente; bravo como un granadero, valiente como un pensador; inquieto tan sólo ante las posibilidades de una inestabilidad en Europa, incapaz de grandes aventuras políticas; siempre dispuesto a arriesgar su vida, nunca su obra; que disfrazaba su voluntad de influencia para ser obedecido más como hombre inteligente que como rey; dotado de observación y no de adivinación; buen conocedor de las personas y poco interesado en sus talentos, es decir, que necesitaba ver para juzgar; de sentido común rápido y penetrante, sabiduría práctica, facilidad de palabra, memoria prodigiosa; hombre que recurría sin cesar a esa memoria, su único parecido con César, Alejandro y Napoleón; conocedor de los hechos, los detalles, las fechas, los nombres propios, e ignorante de las tendencias, las pasiones, los diversos genios de la multitud, las aspiraciones interiores, las agitaciones escondidas y oscuras de las almas, en una palabra, todo lo que se podría llamar las corrientes invisibles de las conciencias; aceptado por la superficie, pero poco compenetrado con la Francia de los de abajo; que salía airoso gracias a su sutileza; que gobernaba demasiado y no reinaba lo suficiente; que era su propio primer ministro; maestro en convertir la pequeñez de la realidad en obstáculo a la inmensidad de las ideas; verdadero talento creador de civilización, de orden y de organización, pero mezclado con un extraño espíritu reglamentista y de obstaculización; fundador y procurador de una dinastía, que tenía algo de Carlomagno y algo de abogado; en suma, figura original y de altura que supo construir un poder pese a la inquietud de Francia y afianzar una potencia pese a los recelos de Europa, Luis Felipe será considerado como uno de los hombres eminentes de su siglo y se habría situado entre los gobernantes más ilustres de la historia si hubiese amado un poco más la gloria y si hubiese percibido lo que es grande con la misma intensidad que percibía lo que es útil.