Catalina la Grande enfría su admiración por los ilustrados franceses a medida que Francia se dirige a la Revolución


Un siglo más tarde, Catalina la Grande intensificó la afición de sus cortesanos más próximos por las letras, las artes, el pensamiento filosófico y las ciencias. Ella misma escribió poemas y obras dramáticas. Convirtió las veladas literarias en una moda aristocrática. Los ministros emulaban a la Emperatriz; leían a los pensadores franceses de la Ilustración, sostenían correspondencia, al igual que su monarca, con Voltaire y los enciclopedistas. Escribían odas y piezas teatrales donde de una u otra manera las ideas de El contrato social estaban presentes. Los retratos de escritores de la época son esclarecedores, casi todos ellos visten uniformes donde abundan las medallas y los entorchados; algunos son generales; los hay hasta mariscales de campo. Las únicas virtudes de sus silvas y églogas de corte académico consistieron en secularizar la escritura rusa, liberándola de cumplir una función meramente eclesiástica, ampliar el círculo lector y permitir que gradualmente se abriera paso la creación de una vida literaria normal. Hacia finales del siglo XVIII y comienzos del XIX esa vida ya existe. Sus protagonistas son, entre otros, Vasili Zhukovski, excelente traductor de los griegos y de la poesía romántica inglesa y alemana, y estimable poeta por derecho propio; Nikolai Karamzin, autor de populares novelas sentimentales, y Denis Fonvizin, dramaturgo. Pero a medida que se desarrollaba el espacio literario, el de las libertades civiles fue poco a poco estrechándose. En las postrimerías del reino de Catalina, el entusiasmo de la Emperatriz por sus antiguos ídolos, Voltaire, Rousseau, Diderot, había desaparecido. La revolución francesa resultó menos idílica de lo que la corte de San Petersburgo había previsto. En las postrimerías de ese reinado la censura había comenzado a adquirir el peso monstruoso que mantendría ya para siempre en el país. El escritor Alexander Raditchev imprimió en 1790 un Viaje de Petersburgo a Moscú, en que bajo el modelo de El viaje sentimental de Sterne, hizo alusiones poco favorables al régimen de servidumbre y al atraso de las instituciones rusas. El autor fue condenado a muerte, pena que se le conmutó por un largo exilio en Siberia.


SERGIO PITOL, La casa de la tribu, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 2006, págs. 15 y 16.