Conocí personalmente a Onetti al final de los años cuarenta, en una cervecería montevideana. Era la primera vez que algunos escritores (apenas treinteañeros, ay) dialogábamos con el Maestro, bastante precoz por cierto, ya que increíblemente estrenaba los cuarenta. De aquella ocasión todavía recuerdo dos de mis asombros: 1) la pasmosa y rítmica naturalidad con que fue consumiendo quince jarras de cerveza, y 2) la absoluta falta de afectación con que decía cosas originales, certeras, reveladoras, casi como pidiendo excusas por ser inteligente. No era simple cuestión de admirarlo ni (algo más bien imposible) de imitarlo. Se trataba solo de registrar una actitud, y abrir ojos y orejas ante ella.
MARIO BENEDETTI, fragmento de Tres lecturas de Onetti, artículo de 1989 recogido en El ejercicio del criterio, Alfaguara, 1995, Madrid, pág. 240.