La frase de consuelo que le dirigió Gide a Truman Capote


No recuerdo si fue la primavera de 1950 o la de 1951, pues he perdido mis anotaciones de esos dos años. Era un día caluroso de fines de febrero, que en Sicilia es ya plena primavera, y yo estaba hablando con un hombre muy viejo de rasgos mongólicos que llevaba un Borsalino negro de terciopelo y, ajeno al aire perfumado de los almendros en flor, una gruesa capa negra.

El anciano era André Gide, y los dos estábamos sentados sobre un dique, desde el que nos asomábamos a las movedizas profundidades azul fuego de un mar antiguo.

Junto a nosotros pasó el cartero. Como era amigo mío, se me acercó y me entregó varias cartas. Una de ellas contenía un artículo literario que hablaba de mí en términos bastante hostiles (en caso contrario, claro está, nadie me lo habría enviado).

Tras oír mis quejas acerca del texto, y de la malsana naturaleza de los críticos en general, el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombros como un viejo y sabio… ¿digamos buitre?, y dijo: «Bah. Recuerde el viejo proverbio árabe: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”».


TRUMAN CAPOTE, fragmento del prefacio a Los perros ladran, Anagrama, Barcelona, 1999, traducción de Damián Alou.