El anciano era André Gide, y los dos estábamos sentados sobre un dique, desde el que nos asomábamos a las movedizas profundidades azul fuego de un mar antiguo.
Junto a nosotros pasó el cartero. Como era amigo mío, se me acercó y me entregó varias cartas. Una de ellas contenía un artículo literario que hablaba de mí en términos bastante hostiles (en caso contrario, claro está, nadie me lo habría enviado).
Tras oír mis quejas acerca del texto, y de la malsana naturaleza de los críticos en general, el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombros como un viejo y sabio… ¿digamos buitre?, y dijo: «Bah. Recuerde el viejo proverbio árabe: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”».
TRUMAN CAPOTE, fragmento del prefacio a Los perros ladran, Anagrama, Barcelona, 1999, traducción de Damián Alou.