Las mentiras maravillosas que contaba Valle-Inclán


Así, por ejemplo, narraba el inefable Valle:

–Una vez en tierraz de América o como zi dijéramos en Indiaz, zalí de la ciudad pazeando por el campo. Como yo me trago laz leguaz, me zorprendió la noche lejoz del poblado a la orilla de un lago, ya en territorio de zalvajez. Allí me zenté a dezcansar en un tronco verdozo, como lleno de muzgo. Pero al poco rato noté que el tronco ze movía. Otro cualquiera ze hubiera azuztado. Yo, no. Me fijé y vi que me había zentado zobre un caimán. Y como yo conozco laz coztumbrez del zaurio le puze un dedo en el ojo, que ez la manera de guiarlez, y azí montado en él me condujo hazta laz puertaz de la ciudad.

Al terminar su relación paseaba la mirada por el auditorio, que, conocedor en su mayoría de la fantasía valleinclanesca, no decía nada, antes bien se recreaba con la maravillosa bola. Mas no faltaba algún recién llegado, quien creía que le estaban tomando el pelo y se atrevía a protestar. Entonces Valle le dedicaba sus más elocuentes contumelias, empezando por decirle:

–Uztez ez un idiota. Uztez no zabe lo que ez un zaurio.

Y se enzarzaba la gresca. Algo así como cuando el conde de San Germán decía muy tranquilo a fines del siglo XVIII:

–Almorzando yo un día con los padres del Concilio de Trento...

Otra variante de Valle era su conocimiento del guaraní.

–Eze idioma ya no lo zabe nadie maz que yo. Antez lo zabía también el viejo cacique indio que me lo enzeñó. Yo le quería entrañablemente, pero me vi precizado a matarle. Loz doz amábamoz a la mizma mujer. Y yo le dije: “Tú bien zabez que todo lo compartimoz. Pero la hembra eza, no. Eza te la dizputo”. Y zurgió el dezafío. Eztábamoz en la bodega de un pueblo perdido en la zelva. Y acordamoz que noz batiríamoz en la cueva, a cincuenta dizparoz. Ze cerraría la trampa de la entrada y zólo zaldría el sobreviviente. Bajamoz y empezó el combate. Yo me parapeté detráz de un tonel y dizparé. A loz pocoz tiroz, advertí que mi contendiente no me rezpondía. Anduve a tientaz, porque eztábamoz a ozcuraz, y tope con zu cuerpo. Le había muerto. Entoncez comprendí que hazta que no oyeran loz cincuenta dizparoz no abrirían la trampa de la cueva loz que eztaban arriba, y cuando agoté miz muniziones tirando al aire gazté laz del cadáver. Al oír el último dizparo, loz de arriba abrieron la cueva. Yo zalí y me aclamaron zacándome en triunfo.


PEDRO DE RÉPIDE, recogido por Ramón Gómez de la Serna en Don Ramón María del Valle-Inclán, Espasa-Calpe, Madrid, 2007