A Sabato le parecía entonces y le pareció siempre, en todo caso, que el reconocimiento que recibía de la tribu literaria, española y mundial, era escaso, y que ese artículo de Conte, que obviamente no le podía albergar porque Sabato seguía, y sigue, vivo, es una muesca más de esa injusticia que a él le afectaba reiteradamente.
Al contrario de Jorge Luis Borges: él creía que a Jorge Luis Borges le abrazaban, le querían, pero que a él le despreciaban, le ninguneaban, él se consideraba, entonces también, un perseguido por la más sutil de las injusticias, la injusticia literaria. Si hubiera un nombre para una enfermedad visible de Sabato ésta sería envidia de Borges. Al revés no ocurrió, pero en el caso de Sabato esa envidia era visible, le irritaba Borges, le irritó siempre.
En algún momento de nuestras conversaciones, algún tiempo después, cuando regresó a Madrid y se quedó en el hotel en que ya se quedaba habitualmente, el hotel Zurbano, se me acercó al oído y me dijo, como si confiara un secreto:
—¿Usted sabe por qué Borges es tan mala persona?
Le respondí que desconocía ese extremo, y él siguió, con el mismo aire de confidencia:
—Ya lo sabrá, ya lo sabrá.
JUAN CRUZ RUIZ, Egos revueltos, Alfaguara, Madrid, 2010, pág. 343.